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22 de mayo de 2011

Teatro, Por Enrique Pinti ( Actor Argentino)

Es inevitable caer en la seducción que provoca el discurso de este genio, su visión  invita a la reflexión constantemente y hace que todo se torne hasta más claro y  elocuente...
El Teatro, como medio expresivo hoy  pasa  por un momento de búsquedas y  cambios, personajes misterios, mentiras , talentos...
Desde la  Gestión y la Producción  hay muchas fichas pero  con mucha  cautela para ver  donde  se apuestan..
Que tengan un EXCELENTE DOMINGO!!!
Andrea




Por Enrique Pinti, LN
Un rayo iluminó una noche y el trueno espantó una bestia; el sol salió con todo su fulgor y el viento sirvió de fondo musical; el hombre primitivo miró aquel primer espectáculo con curiosidad e intriga, se reunió con otros hombres para compartir esas sensaciones y comenzó a celebrar los cambios de la naturaleza con movimientos y exclamaciones que poco a poco fueron convirtiéndose en danza y canto. Así, junto con el hombre y su necesidad de interpretar la realidad que lo rodeaba, nació lo que mucho más tarde se iba a llamar teatro. Desde los templos hasta los anfiteatros de Grecia y Roma, pasando por la taberna y los caminos atravesados por cómicos de la legua; desde los atrios de iglesias mostrando autos sacramentales hasta los teatros isabelinos y los palacios versallescos, con protecciones de reyes y persecuciones de beatos, animado por histriones y payasos, trágicos y bufones, inaccesible por muchos años para las mujeres, a las que se prohibía ejercer como actrices, mancha pecadora que hacía que a los actores no se los enterrara en campo santo, exaltación de divas y capocómicos, reflexión sobre la vida, los vicios, las virtudes, lo sagrado y lo profano, distracción y pasatiempo para burgueses estresados, comedia, tragedia y los infinitos matices entre una y otra carátula, habitante de lujosos edificios llenos de oropel y terciopelo o inquilino pobre de altillos y sótanos paupérrimos, templo de solemnidad o burdel de sensualidad desbordada, el teatro es tan grande que no puede encasillarse, ni mucho menos etiquetarse como algo rígido e inmutable. Necesita muy poco para concretarse: algo que decir, alguien que lo diga en un escenario, en un zaguán, en una esquina o en un descampado, alguien que lo oiga y que lo entienda. No hace falta la high definition ni el 3D ni el sonido ultrasofisticado (si están, no molestan, claro, pero no son obligatorios). Es la palabra, el gesto, el autor hablando por boca de los actores y un grupo de gente viendo, escuchando, durmiendo a veces, tosiendo casi siempre y aplaudiendo más o menos intensamente según lo que les haya llegado al corazón o a la cabeza (si es a los dos, mejor). En medio de eso que parece tan básico y elemental hay todo un proceso de búsqueda, ensayo, tropiezos, peleas, armonías, caos y ordenamientos y el eterno misterio de no saber qué va a pasar.




Claustro de estudiosos e innovadores, vidriera luminosa de la vanidad de estrellas fugaces, industria, arte, negocio y sueño imposible de artistas pobres, el teatro, querido padre de todas las artes dramáticas, atravesó y sigue atravesando crisis, guerras, censuras, prohibiciones, bombardeos, polémicas, enfrentamientos, esplendores y decadencias y nos sigue asustando con sus agonías. Siempre en crisis, siempre acusado de viejo, tradicionalista, anquilosado u obsoleto, aguantando a los apocalípticos que anuncian con bombos y platillos su muy próxima muerte, el teatro, como una antigua nave capitana, sigue enfrentándose a impetuosas olas y tormentas destructoras asimilándolas como fenómenos enriquecedores que la nutren de una energía inagotable. Es minoritario por el límite de capacidad física de los lugares donde se representa parte de las obras que durante más de veinte siglos salieron de las mentes creativas de los grandes autores y pensadores, pero su legado es inmortal. Desde Edipo y Electra como hijos conflictuados hasta la Madre Coraje brechtiana, desde el colorido patio del conventillo de la Paloma hasta el páramo donde alguien está esperando a Godot y desde la terrible casa de Bernarda Alba hasta el melancólico jardín de los cerezos, los inolvidables parlamentos vuelven a resonar en nuestras mentes para confirmarnos que aunque seamos tan diferentes seguimos estremeciéndonos por las mismas cosas.
El teatro sigue siendo un enfermo imaginario, siempre al borde de la muerte, pero con una salud de hierro asistida por nuevas generaciones de espectadores y teatristas que con diferentes técnicas y lenguajes siguen tirando del carromato lleno de sabiduría, monstruos, dilemas, reyes, mendigos, santos, pecadores, magos, asesinos y jueces que como aquel trueno prehistórico asombran, intrigan y solazan a la humanidad desde hace tantos siglos. Y que sea por muchos más.

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