Las mujeres latinoamericanas en la búsqueda de transformaciones sociopolíticas
"Para mí, una de las revoluciones no fracasadas de este siglo ha sido la revolución de las mujeres:
si no ha cambiado toda la historia de la humanidad, sí ha cambiado la convivencia
y las relaciones sociales, políticas y familiares".
Cristina Peri Rossi (Bergero 87)
Este epígrafe de la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi resume el alcance de la participación de las mujeres en la vida contemporánea. De hecho, el activismo político de las mujeres ha tenido un impacto importante en preocupaciones centrales en América Latina, tales como el acceso a la vivienda, el empleo, la salud pública, la conservación ecológica, la superación de la violencia, la plena participación democrática y los derechos humanos. La importancia de la actuación de las mujeres en los procesos actuales de transformación cultural ha sido subrayada por numerosos estudios. Al respecto señala Gloria da Cunha-Gaibbai:
Por un lado, la lucha de la mujer representa una victoria sobre la modernidad patriarcal que la mantenía sometida. Por otro, puede representar el significado de la globalización, ya que la mujer de hoy puede participar más activamente en la creación de una sociedad internacional más justa (Arancibia & Rosas 27).
Esta cita subraya los significativos cambios operados por y para las mujeres durante los últimos cien años, pero también presenta un problema fundamental: ¿es posible hablar de "la mujer", en singular, cuando en realidad existen muchas formas ser mujer que varían según la clase social, el origen étnico, la historia personal y nacional, la educación, la pertenencia laboral, la orientación sexual, la herencia religiosa, etc.? Y lo que es aún más importante, ¿puede postularse un solo proyecto de liberación femenina, homogéneo y dirigido por las mujeres del Primer Mundo, cuando las circunstancias e iniciativas de las mujeres del Tercer Mundo son tan diversas y tan válidas como las de sus compañeras europeas o norteamericanas? Por ejemplo, uno de los campos de lucha por parte de las mujeres de las clases media y alta ha sido su derecho a trabajar y ganar salarios equivalentes a los de los hombres. Pero, para muchas mujeres indígenas y campesinas latinoamericanas, trabajar ha sido la norma durante siglos, y para algunas de ellas puede ser más lógico reclamar su derecho a quedarse en casa y cuidar a sus hijos.
Un enfoque en la situación de las mujeres durante los años noventa revela los profundos cambios que han ocurrido en América Latina en las décadas recientes. Muchas más mujeres viven hoy en las ciudades –especialmente en las megalópolis como São Paulo, Buenos Aires y México D.F.– que en las zonas rurales. Entre 1970 y 1990, el número de mujeres empleadas en la economía formal subió en un 83% en todas las regiones latinoamericanas, excepto en el Caribe (Valdés & Gomaris 75). El acceso de las jóvenes a la educación ha aumentado constantemente desde 1950. En México y Brasil, el número de niños que una mujer cría durante su vida se ha reducido a la mitad; en Cuba, Venezuela, Uruguay y Costa Rica, las tasas de nacimiento son comparables con las del sur de Europa (Miller 186). Es más, aunque la mayoría de las latinoamericanas pueden describirse como culturalmente católicas, su vida diaria está regida por una visión secular del mundo reforzada por la comunicación global, la migración interna e internacional, y por el aumento de la autonomía personal y la movilidad social. La participación de las mujeres en la administración política de sus países ha crecido considerablemente, y el número de senadoras, jueces, alcaldesas y gobernadoras es sorprendente. Hay incluso varios casos de mujeres que han estado a la cabeza de su país: Isabel Perón gobernó a Argentina tras la muerte del presidente Perón en 1975, Violeta Chamorro ocupó la presidencia de Nicaragua en 1990, Mireya Moscoso ganó las elecciones panameñas en 1999, Sila María Calderón fue electa gobernadora de Puerto Rico en 2001, y Michelle Bachelet gobierna Chile desde 2006. Desde 1975, se aprobó en Cuba una ley que requiere a hombres y mujeres compartir por igual las responsabilidades domésticas y de crianza de los hijos.
Sin embargo, este perfil enmascara las profundas variaciones regionales, tanto al interior de cada país, como entre una nación y otra. El aumento en la participación de las mujeres dentro de la fuerza laboral formal, convive con el número creciente de mujeres que viven en condiciones de extrema pobreza. En los noventa, se estima que unos 130 millones de mujeres y niños, que viven sobre todo en la periferia urbana –los barrios pobres–, apenas se las arreglan para cubrir sus necesidades diarias trabajando en la economía informal, como vendedoras ambulantes, lavanderas, y empleadas domésticas. Esta situación es, nuevamente, el reflejo de las condiciones económicas de vastos sectores de la población latinoamericana en general, situación que la política neoliberal no ha podido solucionar, y que genera crimen y tensiones sociales. Además, incluso para las profesionales, el nivel de salarios es generalmente menor para las mujeres que para los hombres.
Pero las variaciones no se limitan a los aspectos económicos o laborales. Así como las poblaciones latinoamericanas presentan profundas diferencias socio-culturales entre sí, tampoco puede identificarse un solo tipo de mujer latinoamericana. Una colombiana tendrá problemas para comunicarse con una jamaiquina, puesto que hablan diferentes idiomas, pertenecen a grupos raciales y étnicos dispares, y tienen referencias culturales muy distintas. Una ejecutiva de La Paz tendrá muy poco en común con una campesina Aymara de los Andes bolivianos, quien tal vez ni siquiera hable español. Por lo tanto, la historia de las latinoamericanas debe hacerse a partir de la plena conciencia de esta herencia múltiple. Su diversidad es la base del rico diálogo cultural emprendido por las mujeres en el mundo contemporáneo. Los movimientos feministas no son ni pueden ser asociaciones homogéneas, sino foros pluralistas que ejercen el diálogo entre razas, entre culturas, entre clases sociales y demandas de muy diferentes tipos. Este diálogo se hace patente en la siguiente declaración de una chilena en el IV Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe en Taxco, México, en octubre de 1987:
Creo que, desde el feminismo más radical, han emergido ideas profundamente transformadoras. Las primeras feministas dieron la patada inicial, y ahora el balón circula por un campo que no siempre está controlado por las mismas jugadoras. A veces los goles los hace gente que ni siquiera ha militado en el feminismo, pero que de repente logran pasar una ley.
Y este movimiento no ha sido fácil en un continente que, por tradición colonial e incluso de muchas culturas indígenas, privilegia el poder masculino. Es legendario el machismo latinoamericano, que justifica la dominación de los hombres sobre las mujeres. En sus peores expresiones, aparecen casos de violencia doméstica y doble moral en torno a la sexualidad (para el hombre es deseable tener mucha "experiencia sexual", mientras que para la mujer se espera virginidad y pureza hasta el matrimonio, una imagen que se ha llamado el "marianismo" por haber utilizado la imagen la Virgen María como modelo). En versiones menos violentas, el machismo "protege" a las mujeres, privándolas de confianza e independencia, al inculcarles la necesidad de un hombre que las sostenga económicamente y las defienda del mundo. A los niños se les celebra la agresividad y la rudeza, mientras que a las niñas se les fomenta la delicadeza, la prudencia y la emotividad.
Paradójicamente, sin embargo, la influencia de las "matriarcas" ha sido muy importante en la América Latina tradicional. Existe una estructura de doble poder en la que la vida familiar y doméstica es regida por la madre, cuya voluntad tiene más fuerza que la Ley. En el Macondo de Cien años de soledad, García Márquez representa a la matrona Úrsula con más influencia y sentido común que su esposo, el patriarca Aureliano Buendía. En efecto, la aparente limitación a la esfera privada de la casa y la familia, en contraste con la esfera pública reservada para los hombres, ha sido subvertida a través de la historia. Muchas mujeres han utilizado sus roles tradicionales para penetrar el espacio público, como en el caso de las Madres de la Plaza de Mayo en la Argentina de los años setenta, y las arpilleras chilenas que mantuvieron la memoria colectiva de los desaparecidos por el gobierno de Pinochet. El ejemplo clásico es Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), una brillante mexicana del siglo XVII que se hizo monja para poder adelantar sus estudios y escribir los poemas más sofisticados (y apasionados) de la época colonial. Sin embargo, el hecho mismo de que Sor Juana tuviera que hacerse religiosa -y que eventualmente fuera condenada al silencio- indica las limitadas opciones que tenían las mujeres para educarse y expresarse públicamente. También es célebre el caso de Frida Kahlo (1907-1954), una valerosa y fuerte artista que supo mezclar lo íntimo y lo político en pinturas de gran originalidad, haciendo una contribución tan importante como la de los muralistas mexicanos.
Las luchas feministas en Latinoamérica se remontan a las guerras de independencia durante el siglo XIX, en las cuales muchas mujeres participaron activamente y luego reclamaron sus derechos a ser consideradas como plenas ciudadanas. Un gran número de escritoras y mujeres intelectuales intervinieron en la política y la conformación cultural de las naciones latinoamericanas, así como hubo numerosas propietarias de tierras y negocios lucrativos. En las primeras décadas del siglo, las maestras, las trabajadoras industriales y las campesinas cumplieron un papel crucial en las revueltas sociales para reivindicar los derechos civiles de las clases bajas, como en el caso de las soldaderas en la Revolución Mexicana de 1910, o las combatientes sandinistas en la lucha contra Somoza en la Nicaragua de los años setenta (ver Randall). La escritora Alfonsina Storni (1892-1938) expresó las inquietudes de las empleadas urbanas en el diario argentino La nación, participando en el amplio debate sobre las ocupaciones de las trabajadoras, las relaciones de las mujeres con la tradición nacional y cultural, y el papel de la Iglesia Católica en la vida femenina (Kirkpatrick 281). No es casualidad que el primer Premio Nobel de literatura en América Latina fuera otorgado en 1945 a la maestra chilena Gabriela Mistral (1889-1957), quien realizó campañas educativas de protección para las mujeres, participó en los esfuerzos por mejorar el nivel educativo mexicano después de la revolución de 1919, y cuya poesía utilizó los papeles tradicionales de madre y maestra para proponer valores sociales de mayor justicia para todos.
Fueron las maestras quienes primero articularon lo que hoy puede llamarse una crítica feminista de la sociedad, esto es, denunciar la desigualdad general de las mujeres frente a los hombres en asuntos legales, laborales, maritales, políticos y educativos. Su aporte ya no representaba iniciativas exclusivamente individuales, sino actividades y esfuerzos colectivos, alianzas entre grupos conformados a partir de la clase media instruida. El 10 de mayo de 1910, el primer Congreso Femenino Internacional se reunió en Buenos Aires con más de doscientas mujeres del Cono Sur, para discutir asuntos tales como las leyes internacionales, los problemas matrimoniales y la igualdad salarial. Se aprobó, por ejemplo, una resolución de apoyo al gobierno del Uruguay por aprobar la primera ley de divorcio en América Latina, en 1907. El sufragio universal era una de las plataformas de lucha, que se consiguió en Ecuador, Brasil, Uruguay y Cuba durante los años treinta, y para fines de los años cincuenta era general en todos los países latinoamericanos.
Entre las manifestaciones más recientes del activismo de las mujeres, es útil señalar el impresionante aumento del número de mujeres activas en literatura y artes, en política, en negocios, en la ciencia y la cultura. En 1975, la Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer se convocó en la ciudad de México para trazar un plan estratégico a desarrollar durante la década de la mujer proclamada por las Naciones Unidas (ONU), entre 1976 y 1985. La mayoría de las seis mil mujeres que asistieron al congreso eran del continente americano, y se destacó la presencia de la indígena boliviana Domitila Barrios de Chungara, quien representaba al Comité de Amas de Casa, una organización de las esposas de los mineros del estaño en Bolivia.
En las dos últimas décadas, las revistas y estudios especializados con relación a las mujeres se han multiplicado en toda América Latina. La defensa de los derechos de las mujeres es emprendida con energía por cientos de organizaciones locales y globales que se reúnen en encuentros anuales para estudiar estrategias y producir acciones de presión a favor de la igualdad entre los sexos, y la búsqueda de alternativas socioeconómicas concretas y efectivas en la construcción de una sociedad más solidaria. En 1992, a partir de las fuertes denuncias de las feministas latinoamericanas, la ONU declaró del 25 de noviembre como el día internacional de conmemoración e información sobre la violencia contra las mujeres.
En suma, las latinoamericanas han transformado muchos aspectos de la cultura continental a través de toda la historia y, particularmente en los siglos XX y XXI, desempeñan un papel crucial en el destino de sus países. Su lucha por la igualdad de derechos y participación en la esfera pública todavía tiene un largo camino por recorrer, aunque los logros son palpables y definitivos. Las intersecciones entre género, etnicidad y clase social dan además dinamismo y complejidad a las luchas feministas contemporáneas, que en América Latina testimonian la creatividad y potencia de su diversidad cultural. Las nuevas generaciones de latinoamericanas se están asegurando que el estereotipo de una cultura machista sea por fin una reliquia histórica indeseable.