Autor: Juan Páez Costa
Fuente: CUBARTE
28 de Enero 2011
Leer a José Martí es extraer del pasado lecciones vigentes, es hacer crecer las raíces de la pertenencia, es comprender nuestra identidad, es sencillamente sorprendernos en cada idea, es asombrarnos siempre, a pesar de lo sabido, de su cultura, de su visión, de su tanta actualidad.
Cazando y pescando, nos decía el Apóstol, desentendiéndose a golpes de pedernal del triguillo y el puma y de los colosales paquidermos; soterrando de una embestida de colmillo el tronco montuoso en que se guarecía, vivió errante por las selvas de América el hombre primitivo en las edades cuaternarias. En amar y en defenderse ocupaba a caso su vida vagabunda y azarosa, hasta que los animales cuaternarios desaparecieron y el hombre nómada se hizo sedentario. No bien se sentó con los pedernales mismos que le servían para matar al ciervo tallaba sus cuernos duros; hizo hachas, arpones y cuchillos, e instrumento de asta, hueso y piedra. El deseo de ornamento, y el de perpetuación, ocurren al hombre a penas se da cuenta de que piensa: el arte es la forma del uno: la historia, la del otro. El deseo de crear le asalta tan luego como se desembaraza de las fieras; y de tal modo, que el hombre sólo ama verdaderamente, o ama preferentemente, lo que crea. El arte, que en épocas posteriores y más complicadas puede ya ser producto de un ardoroso amor a la belleza, en los tiempos primeros no es más que la expresión del deseo humano de crear y vencer. Siente celos el hombre del hacedor de las criaturas; y gozo en dar semejanza de vida, y forma de ser animado, a la piedra. Una piedra trabajada por sus manos, le parece un Dios vencido a sus pies. Contempla la obra de su arte satisfecho, como si hubiera puesto un pie en las nubes. Dar prueba de su poder y dejar memoria de sí, son ansias vivas en el hombre.
El arte de crear, el arte para expresar su supervivencia, para alcanzar el éxito de sus vidas primitivas, lo cual es exaltado por Martí como parte de lo que identificaba al hombre primitivo, con el pensamiento de amar y de la lucha por la subsistencia.
Sobre el derecho a la identidad, a la existencia de historias diferentes de acuerdo a la época y al lugar, al reconocimiento de las características diferentes de cada pueblo y a mantener cada cual las suyas; sin derecho, ni moral para otros cambiárselas o arrebatárselas, Martí escribía:
No con la hermosura de Tetzcontzingo, Copán y Quiriguá, no con la profusa riqueza de Uxmal y de Mitla, están labrados los dólmenes informes de la Galia: ni los ásperos dibujos en que cuentan sus viajes los noruegos; ni aquellas líneas vagas, indecisas, tímidas con que pintaban al hombre de las edades elementales los mismos iluminados pueblos del mediodía de Italia. ¿Qué es, sino cáliz abierto al sol por especial privilegio de la naturaleza, la inteligencia de los americanos? Unos pueblos buscan, como el germánico; otros construyen, como el sajón; otros entienden, como el francés; colorean otros, como el italiano; sólo al hombre de América es dable en tanto grado vestir como de ropa natural la idea segura de fácil, brillante y maravillosa pompa.” No más que pueblos en cierne, -- que ni todos los pueblos se cuajan de un mismo modo, ni bastan unos cuantos siglos para cuajar un pueblo,-- no más que pueblos en bulbo eran aquellos en que con maña sutil de viejos vividores se entró el conquistador valiente, y descargó su ponderosa herrajería, lo cual fue una desdicha histórica y un crimen natural. El tallo esbelto debió dejarse erguido, para que pudiera verse luego en toda su hermosura la obra entera y florecida de la Naturaleza
De la desgracia para nuestras culturas americanas nos refiere Martí un triste pasaje, de los muchos que existen:
Y ¡qué hermosa era Tenochtitlán, la ciudad capital de los aztecas, cuando llegó a México Cortés! […] ¡De toda aquella grandeza apenas quedan en el museo unos cuantos vasos de oro, unas piedras como yugo, de obsidiana pulida, y uno que otro anillo labrado! Tenochtitlán no existe. No existe Tulán […].No existe Texcoco, el pueblo de los palacios.
[…] no quedó después de la conquista una ciudad entera, ni un templo entero.
Porque Martí defendía lo autóctono, aunque fuera amargo el vino. Y a conocer y a mostrar lo nuestro también nos enseño, cuando dijo:
“Ya las Exposiciones no son lugares de paseo. Son avisos: son lecciones enormes y silenciosas: son escuelas.
Pueblo que nada ve en ellas que aprender, no lleva camino de pueblos.”
Y esa, es hoy la razón de ser de los museos y su importancia como institución cultural en defensa de la identidad y el sentido de pertenencia.
Hoy, renovados vientos continúan agrediendo a nuestras culturas, tratando de desideologizarlas y cuando mejor, caricaturizándolas como algo meramente folclórico, pero siempre como subculturas, que en todo caso pueden servir a la curiosidad del “turista occidental superior”.
Contra esos que nos subestiman y desprecian, ¡el rescate de nuestras entrañas, heredadas en nuestra rica historia, de nuestra emergencia del fondo del mar, para consolidar firme una tierra forjada desde el símbolo de Hatuey y el cimarronaje, a filo de machete y golpe de montaña, de cimientos y simientes de Luz, de Varela, de Martí, y de muchos héroes anónimos; de unidad, como cuando se funde el cobre y el estaño para producir el bronce, que nunca alcanzó mayor brillo que en la del Titán en Baraguá durante el coloniaje.
De la historia patria, divulgar nuestra mejor herencia es la mejor forma de enorgullecernos de los que somos; para ello, la cultura y sus museos deben ampliar su labor, actividad que debe ser cada día más priorizada, ya que la función actual más importante de los museos es defender la identidad, educarnos en ella, porque los museos son escuelas, escuelas de identidad.
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